El Balero
Balero lindo el balero
que me regaló mi padre
aquel día no olvidado
que me porté en los exámenes.
Era amarillo, grandote,
de madera de naranjo;
¡con él gané más partidos...
había que verlo en mi mano!
Sonaba así, como a hueco,
blak, blok, blak, cuando embocaba;
como trote en el asfalto,
blak, blok, blak, así sonaba.
¡Qué partidos a quinientos
y muchas veces a mil,
con aquel muchacho rubio
cuyo padre era albañil!
Redoblonas en collares
toditas en una hebra,
y las últimas cincuenta
tiradas a la porteña.
Jugaba bien el muchacho,
jugaba mejor que yo;
en toda la escuela el único
muchacho que me ganó.
Eso sí, no se burlaba
de su contrario al ganar;
se quedaba satisfecho
sin echarse para atrás.
¡Qué partidos, qué partidos,
sin ventaja, mano a mano;
se formaba cada rueda...
se formaba cada barra!...
Hasta el maestro venía
a observar nuestras jugadas,
y una vez que se pelearon,
dos muchachos a trompadas,
formó la escuela en el patio,
nos llamó al rubio y a mí,
y señalando el balero
nos dijo: jueguen a mil.
Jugamos ante la escuela
que entusiasta nos siguió;
los dos echamos el resto
pero otra vez me ganó.
Me ganó por muy poquito,
es cierto, más me ganó;
no nos pusimos un pero
al jugar, ni un sí ni un no.
Entonces vino el maestro,
nos agarró de la mano
y dirigiéndose a todos
les dijo: aprendan muchachos;
de esta pareja de amigos
tienen algo que aprender:
de uno a saber ganar,
de otro a saber perder...
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